Un cronopio se recibe de médico y abre un consultorio en la calle Santiago del Estero. En seguida viene un enfermo y le cuenta cómo hay cosas que le duelen y cómo de noche no duerme y de día no come.
-Compre un gran ramo de rosas- dice el cronopio.
El enfermo se retira sorprendido, pero compra el ramo y se cura instantáneamente. Lleno de gratitud acude al cronopio, y además de pagarle le obsequia, fino testimonio, un hermoso ramo de rosas. Apenas se ha ido el cronopio cae enfermo, le duele por todos lados, de noche no duerme y de día no come.
Con este notable micro relato de Julio Cortázar (disponible en su libro Historias de Cronopios y Famas) vuelvo a actualizar este blog algo olvidado. Y es que al ver esa foto que me sacaron mis compañeros de práctica en el consultorio a principio de año, me hace reflexionar en lo mucho que aprendido este año sobre los seres humanos y sobre mi vida misma.
La psicología misma y sus avatares me han creado sentimientos encontrados de amor y odio hacia un oficio u arte misterioso, doloroso pero a veces reconfortante. Ayer en el curso que estoy haciendo en la Portales la profesora comentó que a veces los psicólogos pecan de omnipotencia porque se creen sanos y que pueden resolver los problemas de los "enfermos".
Yo no sé si esté sano, distorsionado, esquizo o deprimido... pero sí creo sentirme seguro de algunas cosas. Creo que esa omnipotencia de la que hablaban se me nota en creer que puedo solucionar todos los sufrimientos del mundo (no sé si al estilo de Teresa de Calcuta) y eso me produce una confusión enorme.
Debo confesar que no me gusta el dolor... me descoloca... me daña. Recuerdo cuando tenía 15 años y participaba en un retiro espiritual donde todo el mundo promovía llantos y catarsis. A mi lado una chica lloraba a mares por la separación de sus padres... ¿y yo? solamente con unas locas y raras ganas de reírme... no de ella, sino de la situación.
Ahora no me río (si fuera así ya me habrían reprobado), pero el chiste sigue en mi interior como una extraña coraza ante el sufrimiento de los otros. Quizás eso me ha mantenido entero después de escuchar tantos problemas. Quizás ahí está la omnipotencia de la que hablaban, escondida en el chiste interno que llevo dentro entre tantas lágrimas ajenas. Pero es que si no nos reímos nos tiramos del metro, porque este país, esta ciudad (para que hablar del mundo), estas personas... una verdadera locura.
Lo que me conforta es estar haciendo lo que alguna vez soñé hacer. De alguna manera, después de varios años de dudas, siento conectarme con la esencia de mi elección adolescente, cuando estaba dejando el colegio y me gustaba sentarme y escuchar a cualquiera aproblemado, tratando de hipotetizar que mierda pasaba (sin saber nada de psicoanálisis, humanismo, gestalt o conductismo). Tan sólo era un trabajo artesanal y precario que se basaba en escuchar, pero sin empatizar. La compasión me tragaba. El jueves pasado mientras le explicaba a un paciente la diferencia entre compadecerse y empatizar, recordé que antes sufría con el sufrimiento de los otros, cargaba sus culpas, sus penas y las hacía mías... como si eso fuera ser un gran superhéroe.
Hoy la capa de superhéroe sigue puesta y me es imposible sacarla. Pero quizás ahora empatice y no compadezca. La compasión no me sienta.