Tuesday, October 24, 2006

Freno de Emergencia

Así que desperté con la lengua tiesa y con un amargo gusto en la boca. Mezcla de pisco, vino y cerveza. Todavía sentía las burbujas de alcohol en mi cabeza. Bastaba con que me agachara un momento para que el mundo girara en todos los grados imaginables. El departamento estaba sucio y el aire frío de la mañana se colaba por un ventanal mal cerrado. Los vasos y sus restos de culpa estaban esparcidos sobre una mesa cubierta de polvo y cenizas. Abrí la puerta de la cocina y tropecé con dos envases de bebida que fueron a parar al lavabo de una patada. Miré la hora y puse agua en el hervidor. La cafeína era mi salvación. Cuando salí a la calle Santiago ya se moría de ganas de aplastarme. Gasté casi media hora en llegar al metro debido a los arreglos y a los tacos que se hacían en la avenida. Sólo al pagar los ciento diez pesos del pasaje fue que las puertas de mi cabeza se volvieron a cerrar de golpe y la marcha atrás inició su camino. Entonces la tomé de la cintura y la besé en los labios. Ella hundió su lengua entre mis ansias y le apreté las caderas abrazándola sobre mi pecho. La música ya había parado y se repetía otra vez la primera pista del disco olvidado. Ahora la volcaba sobre la cama y me encaramaba como tigre tras su presa. Levanté su blusa y hundí mis dedos en la carne de su espalda. Pasaron unos veinte minutos y yo ya estaba de vuelta en el metro con el boleto en la mano y la mirada perdida ante el atónito guardia que alegaba mi lentitud para pasar por la máquina. Había una cola de más de diez personas, todos estudiantes, que me miraban con un sopor incalculable. Metí el boleto en la ranura y apuré el tranco para dar unos brincos sobre la escalera y colarme por una puerta que se perdía. Me levanté otra vez de la cama y cambié el disco de la radio. Ella me puso una cara mezcla de abandono y decepción, pero bastó que le sonriera para que de un tirón me volviera a la cama. Jugamos a devorarnos y nos pusimos a hablar de estupideces, esas mismas idioteces que uno habla cuando cree estar enamorado. Después de jurar que El Padrino es la mejor película jamás inventada o que Cortazar se muere de ganas de escribir un cuento con nosotros, tomamos nuestras cosas y nos marchamos. Dos tipos se despidieron de un beso en Los Héroes y unas chicas discutían a escondidas si es que eran o no maricones. Una hermosa mujer pegada al cristal del vidrio solía cruzarse con mi mirada por el reflejo de la ventana. Le sonreí pero nada. Así que otra vez tomé solté su mano y fingí querer rascarme algo. La noche estaba helada y las estrellas luchaban contra las luces de la capital. Nos reímos un rato y pactamos lo que nunca debe ser pactado, no porque no pueda hacerse, sino porque es totalmente en vano. Llegué esta vez a la facultad atrasado. Subí las escaleras apurado y las burbujas de la noche anterior me condenaron. Me detuve antes de entrar a la sala y tomé un poco de aire. Interrumpí la verborrea de uno de mis compañeros y al profesor pareció serle útil. Me senté en la última fila y escondí los audífonos de mi discman tras la bufanda. Puse play y me puse a escuchar el disco que me había regalado. Ese que me pasó cuando llegamos a Escuela Militar. Ahí mismo me pidió que le regalara el llamado último beso, pero me aguanté las ganas como si apretara el freno de emergencia y le besé ambas mejillas con mucho cuidado, apretándola una vez más contra mi cuerpo. La dejé con su mirada hacia el suelo y planté una corrida para alcanzar el último tren de la noche. Mientras viajaba trataba de imaginar un mundo distinto, otras coordenadas. La luna que estaba arriba de ese túnel oscuro parecía tener las respuestas, pero el tren no paraba. Cuando salí otra vez a la calle, el cielo estaba nublado. Me puse a caminar pensando en aquellas coordenadas, sin embargo algo no encajaba. Pensé en tomarme una cerveza para despejarme la cabeza. Cuando entré al departamento la mesa estaba llena de botellas que me parecieron un oasis. Tomé hasta emborracharme, pero las coordenadas nunca cambiaron. Su cara se fue desfigurando pero no así mis ganas. Cuando me fui a acostar no quedaba nada de su alma. La mañana terminaría irrumpiendo con su caña. Así que desperté con la lengua tiesa y con un amargo gusto en la boca. Mezcla de pisco, vino y cerveza. Todavía sentía las burbujas de alcohol en mi cabeza.

2 comments:

mjorellana said...

sobreposicion temporal?
recordar.. cuando recordamos lo sucedido, nos embarga el sentimiento de casi estar volviendo a vivirlo otra vez, pero al mismo tiempo, las cosas no tienen el mismo sabor...
y eso hace único cada momento...

Dr. Mallako said...

No veo ningun tipo de trastorno en tu forma de escribir ni en el contenido. Siempre es bueno botar la basura...para que el tiesto de desechos se vuelva a llenar. Siga así compadre, y los verdaderos trastornados no escriben...sólo leen lo que otros escriben.