Tuesday, October 31, 2006
El Optimista
Anoche no podía conciliar el sueño. Fue extraño porque si bien había dormido hasta tarde, el haber atendido a tres pacientes de un tiro terminó por agotarme en la noche, llegando a bajar el primer capítulo de la tercera temporada de Lost (debería dedicarle un posteo aparte a mi nueva adicción) para después acostarme.
De todas maneras no podía cerrar los ojos y quedarme dormido. Hipoteticé las causas como buen psicólogo clínico. No había tomado café, pero quizás haber estado frente a la pantalla del computador había excitado mis neuronas y me mantenía hiper alerta.
Música... pensé, tomando el pendrive y enchufándome los audífonos. Me puse a escuchar a The Killers que es mi banda de turno (su último disco Sam's Town está buenísimo), pero no había caso, pues seguía despierto.
Empecé a explorar más canciones para encontrar una que me apaciguara y terminé dando con mi querida Optimistic, del KID A, gran disco de Radiohead. Hacía tiempo que no la escuchaba, con su final casi cinematográfico y sus letras oscuras. Finalmente logré que me atrapara el sueño, recordando que toda la tarde había intentado inyectar de optimismo a quienes había atendido esa tarde, intentando abrir puertas de esperanza, regalando instancias de alivio. Yo acababa de encontrar lo mío, había abierto una puerta para mí... la que me abría Thom Yorke y mis siempre vívidos deseos de que mañana será un día mejor.
De todas maneras no podía cerrar los ojos y quedarme dormido. Hipoteticé las causas como buen psicólogo clínico. No había tomado café, pero quizás haber estado frente a la pantalla del computador había excitado mis neuronas y me mantenía hiper alerta.
Música... pensé, tomando el pendrive y enchufándome los audífonos. Me puse a escuchar a The Killers que es mi banda de turno (su último disco Sam's Town está buenísimo), pero no había caso, pues seguía despierto.
Empecé a explorar más canciones para encontrar una que me apaciguara y terminé dando con mi querida Optimistic, del KID A, gran disco de Radiohead. Hacía tiempo que no la escuchaba, con su final casi cinematográfico y sus letras oscuras. Finalmente logré que me atrapara el sueño, recordando que toda la tarde había intentado inyectar de optimismo a quienes había atendido esa tarde, intentando abrir puertas de esperanza, regalando instancias de alivio. Yo acababa de encontrar lo mío, había abierto una puerta para mí... la que me abría Thom Yorke y mis siempre vívidos deseos de que mañana será un día mejor.
Sunday, October 29, 2006
Lucky Man
Hace poco supe que se casaba uno de mis mejores amigos de mi adolescencia temprana. Digo temprana porque aún me considero un adolescente, pero más avanzado, digamos tardío. La cuestión es que hace mucho perdimos el contacto, pero conocer noticias suyas (y vaya qué noticias) me llevó de vuelta a 2º medio y a un trabajo de audiovisual donde él necesitaba hacer un corto en diapositivas... ¿Qué tenía que ver yo en eso? Me pidió fuera el protagonista y juntos ideamos una especie de remake del famoso video de Bitter Sweet Symphony de The Verve. Es con ese recuerdo que además conecto el enorme respeto que le venero a Richard Aschroft, líder de la disuelta banda británica. Cada tarde después del colegio, caminábamos por las calles céntricas de Rancagua y algunos amigos me pedían que imitara a Aschroft... "Bonomo, hazte un The Verve" entre risas y palmotadas de pendejos.
Ese respeto aumentó cuando supe el significado de la canción que Noel Gallagher compuso para el disco What's The Story Morning Glory? de 1995. El track se llamaba Cast No Shadow y era un tributo a este personaje, después de su rollo con las drogas y la adicción. Eran tiempos donde siendo un pendejo normal y feliz me gustaba creer que era extraño e infeliz, fragmentando mis experiencias entre buenas y malas. Por eso hice mi lema personal el título del mayor éxito en la historia de The Verve, "la vida es una sinfonía agridulce" (lo agridulce para ellos fue que no pudieron sacar ningún solo peso de ese éxito ya que fueron demandados por plagio por los Rolling Stones). Hoy me río al recordar esos tiempos, pero también añoro a mis amigos. Los años han pasado y he aprendido a integrar ambos paisajes, los colores vívidos de la alegría y los opacos de la tristeza. Como dijera Aschroft en el segundo sencillo del disco Urban Hymns... soy un Lucky Man, un chico afortunado.
Ese respeto aumentó cuando supe el significado de la canción que Noel Gallagher compuso para el disco What's The Story Morning Glory? de 1995. El track se llamaba Cast No Shadow y era un tributo a este personaje, después de su rollo con las drogas y la adicción. Eran tiempos donde siendo un pendejo normal y feliz me gustaba creer que era extraño e infeliz, fragmentando mis experiencias entre buenas y malas. Por eso hice mi lema personal el título del mayor éxito en la historia de The Verve, "la vida es una sinfonía agridulce" (lo agridulce para ellos fue que no pudieron sacar ningún solo peso de ese éxito ya que fueron demandados por plagio por los Rolling Stones). Hoy me río al recordar esos tiempos, pero también añoro a mis amigos. Los años han pasado y he aprendido a integrar ambos paisajes, los colores vívidos de la alegría y los opacos de la tristeza. Como dijera Aschroft en el segundo sencillo del disco Urban Hymns... soy un Lucky Man, un chico afortunado.
Saturday, October 28, 2006
El Esquizoide
en el cuarto de atrás escondo al monstruo comehoras
atado a un palo de escoba
rezonga como una cabra chica
me suplica en idiomas que no conozco
le doy minutos
le doy segundos
le doy mi vida
y el desgraciado termina pronto con su ira
atado a un palo de escoba
rezonga como una cabra chica
me suplica en idiomas que no conozco
le doy minutos
le doy segundos
le doy mi vida
y el desgraciado termina pronto con su ira
ahora puedo ir a dormir tranquilo
lo he atado al arbolito que plantó el único amor de mi vida
se come las cuatro, se devora las seis
duermo cada vez menos
me irrito al levantarme
me irrito al afeitarme
atá...atá...atá...
Tuesday, October 24, 2006
Freno de Emergencia
Así que desperté con la lengua tiesa y con un amargo gusto en la boca. Mezcla de pisco, vino y cerveza. Todavía sentía las burbujas de alcohol en mi cabeza. Bastaba con que me agachara un momento para que el mundo girara en todos los grados imaginables. El departamento estaba sucio y el aire frío de la mañana se colaba por un ventanal mal cerrado. Los vasos y sus restos de culpa estaban esparcidos sobre una mesa cubierta de polvo y cenizas. Abrí la puerta de la cocina y tropecé con dos envases de bebida que fueron a parar al lavabo de una patada. Miré la hora y puse agua en el hervidor. La cafeína era mi salvación. Cuando salí a la calle Santiago ya se moría de ganas de aplastarme. Gasté casi media hora en llegar al metro debido a los arreglos y a los tacos que se hacían en la avenida. Sólo al pagar los ciento diez pesos del pasaje fue que las puertas de mi cabeza se volvieron a cerrar de golpe y la marcha atrás inició su camino. Entonces la tomé de la cintura y la besé en los labios. Ella hundió su lengua entre mis ansias y le apreté las caderas abrazándola sobre mi pecho. La música ya había parado y se repetía otra vez la primera pista del disco olvidado. Ahora la volcaba sobre la cama y me encaramaba como tigre tras su presa. Levanté su blusa y hundí mis dedos en la carne de su espalda. Pasaron unos veinte minutos y yo ya estaba de vuelta en el metro con el boleto en la mano y la mirada perdida ante el atónito guardia que alegaba mi lentitud para pasar por la máquina. Había una cola de más de diez personas, todos estudiantes, que me miraban con un sopor incalculable. Metí el boleto en la ranura y apuré el tranco para dar unos brincos sobre la escalera y colarme por una puerta que se perdía. Me levanté otra vez de la cama y cambié el disco de la radio. Ella me puso una cara mezcla de abandono y decepción, pero bastó que le sonriera para que de un tirón me volviera a la cama. Jugamos a devorarnos y nos pusimos a hablar de estupideces, esas mismas idioteces que uno habla cuando cree estar enamorado. Después de jurar que El Padrino es la mejor película jamás inventada o que Cortazar se muere de ganas de escribir un cuento con nosotros, tomamos nuestras cosas y nos marchamos. Dos tipos se despidieron de un beso en Los Héroes y unas chicas discutían a escondidas si es que eran o no maricones. Una hermosa mujer pegada al cristal del vidrio solía cruzarse con mi mirada por el reflejo de la ventana. Le sonreí pero nada. Así que otra vez tomé solté su mano y fingí querer rascarme algo. La noche estaba helada y las estrellas luchaban contra las luces de la capital. Nos reímos un rato y pactamos lo que nunca debe ser pactado, no porque no pueda hacerse, sino porque es totalmente en vano. Llegué esta vez a la facultad atrasado. Subí las escaleras apurado y las burbujas de la noche anterior me condenaron. Me detuve antes de entrar a la sala y tomé un poco de aire. Interrumpí la verborrea de uno de mis compañeros y al profesor pareció serle útil. Me senté en la última fila y escondí los audífonos de mi discman tras la bufanda. Puse play y me puse a escuchar el disco que me había regalado. Ese que me pasó cuando llegamos a Escuela Militar. Ahí mismo me pidió que le regalara el llamado último beso, pero me aguanté las ganas como si apretara el freno de emergencia y le besé ambas mejillas con mucho cuidado, apretándola una vez más contra mi cuerpo. La dejé con su mirada hacia el suelo y planté una corrida para alcanzar el último tren de la noche. Mientras viajaba trataba de imaginar un mundo distinto, otras coordenadas. La luna que estaba arriba de ese túnel oscuro parecía tener las respuestas, pero el tren no paraba. Cuando salí otra vez a la calle, el cielo estaba nublado. Me puse a caminar pensando en aquellas coordenadas, sin embargo algo no encajaba. Pensé en tomarme una cerveza para despejarme la cabeza. Cuando entré al departamento la mesa estaba llena de botellas que me parecieron un oasis. Tomé hasta emborracharme, pero las coordenadas nunca cambiaron. Su cara se fue desfigurando pero no así mis ganas. Cuando me fui a acostar no quedaba nada de su alma. La mañana terminaría irrumpiendo con su caña. Así que desperté con la lengua tiesa y con un amargo gusto en la boca. Mezcla de pisco, vino y cerveza. Todavía sentía las burbujas de alcohol en mi cabeza.
Saturday, October 21, 2006
Terapias
Un cronopio se recibe de médico y abre un consultorio en la calle Santiago del Estero. En seguida viene un enfermo y le cuenta cómo hay cosas que le duelen y cómo de noche no duerme y de día no come.
-Compre un gran ramo de rosas- dice el cronopio.
El enfermo se retira sorprendido, pero compra el ramo y se cura instantáneamente. Lleno de gratitud acude al cronopio, y además de pagarle le obsequia, fino testimonio, un hermoso ramo de rosas. Apenas se ha ido el cronopio cae enfermo, le duele por todos lados, de noche no duerme y de día no come.
Con este notable micro relato de Julio Cortázar (disponible en su libro Historias de Cronopios y Famas) vuelvo a actualizar este blog algo olvidado. Y es que al ver esa foto que me sacaron mis compañeros de práctica en el consultorio a principio de año, me hace reflexionar en lo mucho que aprendido este año sobre los seres humanos y sobre mi vida misma.
La psicología misma y sus avatares me han creado sentimientos encontrados de amor y odio hacia un oficio u arte misterioso, doloroso pero a veces reconfortante. Ayer en el curso que estoy haciendo en la Portales la profesora comentó que a veces los psicólogos pecan de omnipotencia porque se creen sanos y que pueden resolver los problemas de los "enfermos".
Yo no sé si esté sano, distorsionado, esquizo o deprimido... pero sí creo sentirme seguro de algunas cosas. Creo que esa omnipotencia de la que hablaban se me nota en creer que puedo solucionar todos los sufrimientos del mundo (no sé si al estilo de Teresa de Calcuta) y eso me produce una confusión enorme.
Debo confesar que no me gusta el dolor... me descoloca... me daña. Recuerdo cuando tenía 15 años y participaba en un retiro espiritual donde todo el mundo promovía llantos y catarsis. A mi lado una chica lloraba a mares por la separación de sus padres... ¿y yo? solamente con unas locas y raras ganas de reírme... no de ella, sino de la situación.
Ahora no me río (si fuera así ya me habrían reprobado), pero el chiste sigue en mi interior como una extraña coraza ante el sufrimiento de los otros. Quizás eso me ha mantenido entero después de escuchar tantos problemas. Quizás ahí está la omnipotencia de la que hablaban, escondida en el chiste interno que llevo dentro entre tantas lágrimas ajenas. Pero es que si no nos reímos nos tiramos del metro, porque este país, esta ciudad (para que hablar del mundo), estas personas... una verdadera locura.
Lo que me conforta es estar haciendo lo que alguna vez soñé hacer. De alguna manera, después de varios años de dudas, siento conectarme con la esencia de mi elección adolescente, cuando estaba dejando el colegio y me gustaba sentarme y escuchar a cualquiera aproblemado, tratando de hipotetizar que mierda pasaba (sin saber nada de psicoanálisis, humanismo, gestalt o conductismo). Tan sólo era un trabajo artesanal y precario que se basaba en escuchar, pero sin empatizar. La compasión me tragaba. El jueves pasado mientras le explicaba a un paciente la diferencia entre compadecerse y empatizar, recordé que antes sufría con el sufrimiento de los otros, cargaba sus culpas, sus penas y las hacía mías... como si eso fuera ser un gran superhéroe.
Hoy la capa de superhéroe sigue puesta y me es imposible sacarla. Pero quizás ahora empatice y no compadezca. La compasión no me sienta.
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